Gurme Sevilla 24-Verano 2022

ENTREVISTA

Los parroquianos se quitan la corbata al entrar porque es su momento de relax.

¿Ha cambiado la pandemia eso del codo con codo? Intento que se respeten las distancias porque hay gente que sigue teniendo miedo. Cuando se agolpan demasiadas personas dentro intento que algunas se acomoden en la terraza para evitar que haya quien se sienta incómodo. ¿Cómo fueron los comienzos de La Fresquita? Me ofrecieron el local, en el que había un club de moteros que había acumulado ya alguna que otra denuncia. Cuando lo estaba preparando pasaban los vecinos y me decían que nadie había triunfado en ese sitio, pero yo decidí jugármela. Abrí el Miércoles de Ceniza de 1993 y hasta hoy, todo fue bien desde el principio a pesar de que ese tramo de calle, desde el Mesón del Moro a Fabiola, era el punto de los tirones en esa fecha. Los primeros días llegaron algunos moteros que armaban mucho jaleo y les puse la cerveza a 500 pesetas. Debió correrse la voz porque ya no volvieron más... ¿Y qué ha cambiado desde entonces? He ido cambiando muchas cosas y ampliando el local, pero todo lo he hecho poco a poco, echando el dinero del propio negocio. Ahora hay muchos sitios que desde que abren tienen mucho dinero encima, pero yo preferí ir paso a paso. Estando en pleno barrio de Santa Cruz, La Fresquita es un sitio de parroquianos, ¿cómo se explica? Los parroquianos no tienen ni que quedar con antelación, saben que vienen aquí y se encuen- tran. Es el lugar de reunión del barrio. También vienen turistas y repiten. Los hay que nada más llegar dicen: “Pepe, hola”. A su casa vienen todos, a “con-beber” con todos los parroquianos. Muchos de los que vienen le buscan a usted... Es un bar que se ha hecho personal sin propo- nérmelo. Muchos de los clientes que vienen son ya amigos. Y hay otros que vienen por primera vez y luego repiten y traen a más gente. Algo habremos hecho bien...

No hay cofrade en Sevilla que no haya parado en La Fresquita para saciar su sed (no solo de cerveza helada, también de buena tertulia y mejor compañía). Es éste un auténtico templo donde las costumbres, gastronómicas y socia- les, se mantienen como un legado valioso que ni el trasiego de turistas ni las tediosas obras, ni tan siquiera la pandemia, han conseguido alterar. En sus paredes confluyen la fe de los que creen con los anhelos de los que un día creyeron, estampas y carteles que trascienden la Sevilla cofrade para instalarse en la Sevilla de los amigos. Y tras la barra de este refugio para incondi- cionales de las buenas formas encontramos a Pepe, al que muchos conocen y otros tantos quieren. Lo suyo va mucho más allá de la psicología hostelera, puesto que en los 29 años que lleva al frente de La Fresquita ha apren- dido a leer en los ojos y el alma de todo el que entra en su casa. Buen anfitrión, saluda al que llega y no escatima en brindis con sus parro- quianos, siendo juez y parte de la fiesta diaria que acoge su establecimiento. ¿Qué atrae a la gente a La Fresquita? La cerveza bien fría, la sevillanía, el formato recogido de estar todo el mundo pegadito... Aquí llegan los clientes de siempre y se quitan la corbata y los gemelos porque es su momento de relax. Es el encanto que tienen las tabernas de siempre, que tienen vida y hacen sentir a sus parroquianos que están en casa. Eso lo da la madurez del establecimiento y el buen servicio que ofrecemos con un trato cariñoso.

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