HOY ENSALSA 3 Otoño 22
ENTREVISTA
cólogo, cree que este ya será su último destino antes de la jubilación. Le quedan dos años y medio para colgar la bandeja. Tiene ganas, pero no prisas. -Su madre lo puso a trabajar con 14 años. ¿Se hizo mayor antes de tiempo? -Totalmente, pasé del colegio al bar y de estar con niños a tratar con hombres. Yo no sabía nada del trabajo de camarero, aunque al prin- cipio no hacía mucho: fregaba vasos a mano porque entonces no había lavavajillas y recogía los aperitivos en casa de la mujer del dueño del bar. Mi primer sueldo fueron 500 pesetas a la semana y todo iba para mi casa. -¿Cuándo comienza a gustarle su profesión? -Al principio trabajaba por obligación. Es ver- dad que la época del Club Taurino, donde entré con 16 años, la recuerdo como muy buena por- que entonces en el centro estaba la vida de Badajoz. Pero quería salir de la barra, no quería estancarme y pasarme la vida poniendo cafés y cervezas y esa oportunidad me llegó en la ven- ta Don José. Eran los años 80 y fue un boom porque por entonces no había veladores en ningún sitio y si querías comer en la calle tenías que ir a las ventas. Allí aprendí a mane- jarme con la bandeja, al principio no le quitaba ojo hasta que ya empezó a ir sola; a cortar jamón y embutidos; y a tratar a los clientes en las mesas. Poco a poco el trabajo me fue gus- tando. Es muy difícil ser camarero toda tu vida si no te gusta. -¿Qué es lo que le gusta de su trabajo? -El trato con las personas. Es un trabajo que te da mucha psicología. Yo veo entrar a alguien por la puerta y sé de qué pie cojea. Mi trabajo me ha permitido conocer a muchísima «Los clientes van cogiendo confianza y te cuentan cosas que no hablan en su casa. Somos como curas»
Aurelio Morgado González,‘Lili’, quería ser albañil como su padre, pero su madre lo llevó de la mano al bar JJ de la calle San Blas, en el Casco Antiguo de Badajoz, cuando todavía estudiaba para sacarse el graduado. Allí se har- tó de fregar vasos a mano hasta que con 16 años lo llamaron del Club Taurino y empezó a tirar cañas y echar cafés. Nunca pensó ser camarero pero su destino estaba tan empeñado en que lo fuera que hasta pasó la mili detrás de una barra, en el casino militar de Melilla. A su vuelta, se estrenó con la bandeja en la venta Don José, donde entró para trabajar un verano y acabó cotizando 18 años. Probó suerte con un bar propio pero no le son- rió y dos años después, empezó a trabajar con la familia Pintiado, primero en el bar La Esqui- na de San Roque y luego en Doña Purita, en el Casco Antiguo. Tras 16 años, la enfermedad de su mujer le obligó a parar para cuidarla, pero su fallecimiento le llevó de vuelta a la hostele- ría. Desde hace cinco años trabaja con la fami- lia Campañón, primero en la cervecería que regentó Manolo, su fundador, hasta que se jubiló al inicio de la pandemia, y ahora en Degusta, el restaurante del que se encargan sus tres hijos. Con 62 años y 48 de camarero-psi-
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