Pasion en Sevilla 142 febrero 2023

Aquilino en el puente

POR LUTGARDO GARCÍA

T AL vez le ocurría a Aquilino Duque con aquel poema lo que a José Carlos de Luna con su célebre ‘Piyayo’, que le incomo daba la fama que había alcanzado una poesía que había es crito con veintitantos años, cuando comenzaba una exten sa obra que fue de la poesía a la novela o al ensayo con versati lidad y lucidez. El caso es que la recurrente alusión a ‘El Cachorro en el puente’ le parecía a Aquilino que lo dejaba anclado en lo local, habiendo sido él un intelectual universal que ha

blaba media docena de idiomas y que igual traducía ‘Os Lusiadas’ de Camoens que escribía ensayos sobre Dos toievski. Quizá por todo eso, aquella noche en el Pa trocinio, cuando leyó su célebre poema, lo hizo con cierta desgana, a una velocidad desconocida en al guien que tan bien recitaba. Lo leyó, como dijo mi amigo José María Jurado que estaba a mi lado, «a paso de mudá».

‘El Cachorro en el puente’ es uno de los poemas de su primer libro, ‘La calle de la luna’, que recoge poesías escritas entre 1950 y 1958. No es el único de los poemas dedi cados a la Semana Santa, hay allí tres sonetos magistrales —Amargura, Macarena, la Esperan za de Triana— que siguen sorprendiendo por su fres cura, la musculatura de sus imágenes y su modo de ir de lo local a lo universal sin que lo tópico pille los dedos de los versos. La dedicatoria a Antonio Gala del poema al Cachorro nos da testimonio de un tiempo dorado, el tiem po de amistad, de la fiebre de la poesía en aquel sevillano grupo Aljibe que abría los brazos para estrechar la voz poé tica de los poetas de Cántico —Pablo García Baena, Vicente Núñez, Ricardo Molina— en Córdoba o tomaba el tren a Cá diz para pulsar la claridad oceánica de Fernando Quiñones y la revista ‘Platero’. Muchas veces le pregunté a Aquilino, para sonsacarle, sobre aquellos años 50 de sueños poéticos y barcos de vela flotando en el aire. Siempre hablaba con un fulgor en la voz y aque lla sonrisa entusiasta que no olvidaré jamás. El tratamiento del tema, Cris to avanzando por el puente en la alta noche, nos recuerda a la célebre anécdota de Ignacio María de Lojendio moviéndose entre la multitud para poder ver el paso. Lojendio había sido profesor de Aquilino y de Gala en la Facultad de Derecho y su discur so sobre la muerte en su pregón de la Semana Santa había conmovido a muchos de aque llos alumnos. El poema tiene fuerza verbal, aciertos como ese «tronco moreno de Judea, pasa» que nos conmueven cada vez que lo leemos. Creo que no me equivoco si afirmo que es, probablemente, el mejor poema de cuantos se hayan escrito a nuestra Semana Santa y uno de los más redondos de la obra de Aquilino Duque. El último Viernes Santo me marché solo al puente para ver venir al Cristo. Lo vi emerger desde San Pablo y lo acompañé todo aquel trayecto recitando para mí, como una oración, el poema de mi amigo. Aquel amigo con quien hablé unas horas antes de que cruzara el puen te que lleva a la Gloria y ante cuyo cuerpo, ya sin vida, susurré un «así mueren los hombres».

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EL CACHORRO NUNCA MUERE

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