Pasion en Sevilla 149 mayo 2024
Primer Tramo
Arca de plata
cercana recorre la vieja ciudad; de campana, de cantos eucarísticos y ‘Triunfal’; de costaleros en consagrado sacerdocio;... y de rodillas en suelo para adorar al Santísimo Sacramento como miembros de la Iglesia Triunfante, la del tercer cuerpo del templo circular que levantó Arfe. El Corpus Christi es la celebración que pone a prueba la fe inquebrantable del sevillano, la que brota del alma, la del que cree sin ver a Dios hecho hombre en madera noble y unción a gol pe de gubia. Se canta en el ‘Tantum Ergo’: la fe supla la incapacidad de los sentidos. No hay ojos a los que rezar, ni labios a los que implorar, y mucho menos, manos a las que besar. Sólo Dios. No hay costeros ni cien músicos que hagan bam bolear un palio. Sólo Dios, el Amor de los amo res que retumba en el corazón de quien contem pla en todo su esplendor, entre plata, cera y flo res blancas, la forma consagrada que Jesús impartió en la Última Cena del Jueves Santo, cuando se dio a sí mismo con sus propias ma nos. En el Cenáculo dejó un mandato que en Se villa se cumplimenta el octavo jueves después del Domingo de Pascua: «Haced esto en memo ria mía». Tomad el pan y el vino, dad gracias, partidlo y compartidlo. El Corpus Christi, como la definió San Juan Pablo II, es la fiesta de la alegría por la institu ción de la Eucaristía, el misterio que constitu ye el corazón de la Iglesia. No es casual el dicho del sol porque el Jueves de Corpus, como procla ma la Secuencia, «lo viejo cede ante lo nuevo, la sombra ante la realidad, y la luz ahuyenta la no che». Alabado sea Jesús Sacramentado, sea por siempre bendito y alabado.
POR JESÚS DÍAZ
N O cabría en mis manos la posibilidad de trazar en este lienzo una definición de lo que encierra este arca de plata para una joya nacida de la tierra, que crece en espiga y fructifica en pan. Se la mendi go al poeta, entre su realidad y su deseo, para esbozarla en tres versos: «Es el amor fuente de todo; / hay júbilo en la luz porque brilla esa fuen te / encierra al Dios la espiga porque mana esa fuente». Cuando Sevilla empezó a celebrar la procesión del Corpus Christi, avanzada la déca da de los sesenta del siglo XIV, lo hacía en un arca de madera sobre unas andas con ángeles pintados. Más de doscientos años después la Ca tedral, por idea del canónigo Francisco Pache co, encargó a Juan de Arfe «la mayor y mejor pie za de plata» para custodiar la joya que Dios re galó al pueblo elegido, el cuerpo y la sangre de Cristo, su Hijo fermentado en una masa de pan celestial. Sesenta días con sus noches quedaron atrás. Resucitó el Señor, ascendió a los cielos, bajó el Espíritu Santo y ahora, como dejó escri to Juan, el evangelista, desciende de nuevo en tre nosotros «el pan vivo» en una de las fiestas más relevantes del calendario litúrgico, «incom parable», como sentenció Juan XXIII, y que Se villa, como pocas, guarda a la antigua usanza. Es mañana de Jueves de Corpus; de juncia y ro mero; de vid y de trigo recogidos de los campos y de las colinas; de niños que arrancan un cor tejo (larguísimo) donde Dios en su forma más
MANUEL GÓMEZ
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