Pasión en Sevilla, Semana Santa 23

El final y el principio

POR EDUARDO BARBA

E l puente de Triana no es una recta. En realidad es un gran redondel, un círculo inmenso, el de la vida misma. Sus padres franceses legaron el arcano diseñando setenta y dos circunferencias bajo su tablero para que nos percatásemos de que así son los misterios de Dios, de que una cosa es lo que se ve y otra la verdad. El Viernes Santo es la más fiel repre- sentación del mensaje cristiano: la vida no es un trazo derecho con punto de partida y llegada. Precisamente fue ese día de la primera luna llena de primavera, en 1974, cuando la estructura metálica sobre el Guadalqui- vir y su madre la Esperanza avisaron de que cada bio- grafía tiene altibajos y vibraciones, estruendos y mie- dos. Aquella alarma fue una demostración palpable de que el viaducto de inspiración parisina no es más que nuestra propia existencia. Un camino crudo, con abo- nos de pontazgo, real y necesario que carece de conclu- sión y de inicio. ¿Dónde empieza el puente, en el Alto- zano o en el Barranco? ¿Dónde acaba? Todas las res- puestas son válidas. Y ninguna. El Viernes Santo de Sevilla no es sólo un rezo públi- co bajo el más pasmoso clasicismo sino un trayecto que traslada a la creencia más ancestral, más esencial, más

pura. La muerte como inicio de la vida y la vida, de la muerte. Alfa y omega. El comienzo y el remate se fun- den en la jornada cumbre de la Semana Santa. Por eso el Cachorro pasa primero exhalando su último aliento y sólo un rato después cubre la distancia entre orillas el Nazareno de la O con zancada firme siguiendo la es- tela del crucificado y mostrando cómo la vida triunfa sobre la muerte por más cruces que haya que cargar. Igual que el Crismón de los primeros cristianos ense- ñaba que el alfa y la omega formaban parte de un mis- mo círculo que da sentido al universo, el Señor de Pe- dro Roldán narra con su sólida y perturbadora marcha la victoria de un credo y tras él llegará su madre anun- ciando que espera y nos espera una nueva vida. El eter- no circuito y la fe de poder alcanzarlo, fundidos en las mismas horas. Por eso el círculo que dibuja la O es el sello lacrado en la carta que certifica la devoción de una ciudad. Y bajo una túnica morada encierra el significa- do nuclear de la Pasión transformando la O en un re- medo del Crismón de la misma forma en que el puen- te de Triana lo es de la vida. El viernes es la muerte y el nacimiento. El principio y después el fin. El fin y luego el principio.

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