Pasión en Córdoba 20230222

Las notas del tesoro

ENTRE 1949 Y 1959, CUANDO APENAS EXISTÍAN LA BANDA MUNICIPAL Y LA DE LEPANTO, SEIS AUTORES CONFLUYERON PARA ESCRIBIR LA COLUMNA VERTEBRAL DE LA MÚSICA PROCESIONAL DE LA CIUDAD, DESDE ‘SAETA CORDOBESA’ A ‘VIRGEN DE LAS ANGUSTIAS’. SU INFLUENCIA PERDURA HOY

POR LUIS MIRANDA

L OS estrenos de aquellos años eran el nuevo paso del Rescatado, el palio de la Paz, el misterio de Hu- mildad y Paciencia o el trono de guadamecíes del Señor de las Penas. Había novedades que no apa- recen en las fotografías en blanco y negro, y el patrimo- nio de la música que se escribió en aquellos años, aunque tuvo que pasar por épocas de olvido, sí que emerge hoy como un cofre de los tesoros para la Semana Santa. Por la calidad de lo que se compuso en aquellos años y por cómo sirvió de sedimento e inspiración para lo que tuvo que salir después. Pocos lo supieron en el momento, pero en cierto momento entre los últimos años 40 y primeros 50 las cofradías de Córdoba vivieron la edad de oro de la música procesional. Ni antes ni después se reunió tanta colección de grandes compositores creando obras maes- tras absolutas que hoy forman parte de la columna ver- tebral de las marchas de Córdoba. Lo cierto es que la ciudad ya tenía obras propias des- de el siglo XIX, cuando las bandas de música, civiles o mi- litares, empezaban a acompañar a las cofradías. Antes de doblar el cabo del siglo XX, Eduardo Lucena había escri- to ‘Un recuerdo’, Juan Antonio Gómez Navarro ‘El alma de mi alma’ y ‘¡Cuánto te amaba!’ y López Farfán, mucho antes de ponerlo todo patas arriba en el bienio revolucio- nario, debutó en Córdoba con ‘En mi amargura’. Cipriano Martínez Rücker había firmado dos obras cruciales. Aquellas marchas sonaban en las pocas procesiones de aquel momento y de las décadas siguientes, pero no estaban dedicadas a las pocas cofradías de entonces. En- tre 1949 y 1959 Córdoba conoció la confluencia de media docena de compositores con genio y el auge de la Sema- na Santa, que pedía composiciones para sus hermanda- des. Los talentos hubieran emergido igualmente, pero no pudo ser casual la llegada de dos directores a las dos ban- das principales. No sólo compusieron ellos, sino que su trabajo estimuló a los demás. En su libro ‘Música y músicos en la Córdoba contem-

poránea’, Juan Miguel Moreno Cal- derón señala una fecha fundamen- tal en aquellos años de posguerra. Fue el 11 de octubre de 1944, el día en que Dámaso Torres tomó pose- sión como director de la Banda Mu- nicipal de Córdoba. Era un

músico que había naci- do en Baza (Granada) y que, tras intentar abrir- se paso en Madrid como compositor, ganó la pla- za de Córdoba en una opo- sición. Su llegada inaugu- ró una etapa de mucho es- plendor en que prestó atención a compositores cordobeses, como Martí- nez Rücker, andaluces y grandes autores europeos, especialmente su venerado Richard Wagner. La influencia del autor de ‘Tanhausser’ se deja sentir en su única marcha, ‘Mise- ricordia… Señor’, que abrió la época más fecunda de la música procesional en Cór-

doba en una cofradía entonces muy joven que ya estaba entre las que más se preocupaba por el arte de los soni- dos. Era el año 1949 y para ese entonces ya estaba de vuel- ta en Córdoba Pedro Gámez Laserna, un músico nacido en Jódar (Jaén) en 1907 que se había trasladado en 1923 para continuar con su formación. En 1941 escribió ‘San- tísimo Cristo de la Caridad’, la primera marcha dedicada a una imagen concreta de la Semana Santa de Córdoba, pero se convirtió en un músico distinto cuando ingresó

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