Pasión en Córdoba 20230222

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más esplendorosa ya estaba levantada y nunca se vino abajo, aunque hubiera que iluminarla alguna vez. Entre aquellas dos bandas, la civil y la militar, gravitaba la poca música que se es- cuchaba en las cofradías de entonces. La Banda Municipal acompañaba en la carre- ra oficial cada día a una hermandad y lo ha- cía por un sistema anual de turnos. El Miér- coles Santo de 1950 tenía que ir con la her- mandad de la Paz, pero la Misericordia incorporaba a su Virgen, Nuestra Señora de las Lágrimas en su Desamparo, y estrenaba además una marcha. La había escrito Fran- cisco Melguizo, el fundador de la hermandad, que siempre se consideró «un poco músico» y que, sin ser profesional, sí que fue capaz de reunir alrededor a los mejores de cadamomen- to. ‘Lágrimas y desamparo’ era fúnebre y so- lemne, pero también dulce, como correspon- día a la Córdoba de aquellos años, se convirtió enseguida en himno de su hermandad, pero también generó una deuda con la Paz. Se pagó con música, porque en 1952 ofrendó a la her- mandad ‘Paloma de Capuchinos’, con carácter también solemne, pero algo más alegre. Si en 1949 se habían levantado cimientos y fachada, el edificio adquirió cuerpo en aquel año con otras dos obras fundamentales, siempre os- cilando entre las dos bandas. En la Municipal es- taba como percusionista un inquieto músico que había actuado en orquestas para bailes y era un excelente violinista. Se llamaba Enrique Báez Cen- tella y en aquel año firmó la primera de sus mu- chas marchas y, para él, la preferida: ‘Virgen de las Angustias’. Era y es una pieza llena de perso- nalidad, con un comienzo trágico en que los bajos introducen un tema grave contestado por las ma- deras de forma muy aguda. Su intenso dramatis- mo terminaría por hacerla muy admirada, aunque sólo sonaría en Semana Santa a partir de 1987. En 1955 regresó con ‘Jesús Caído’, una obra de carácter dulce y lírico que tenía una saeta, y poco después irrum- pieron otros dos compositores. Luis Bedmar Encinas ha- bía llegado de Cúllar-Baza (Granada) y tenía que marcar la música cordobesa de las décadas siguientes. En 1955 escribió ‘Vida de un alma’, una marcha llena de profun- didad y lirismo que dedicó al Cristo del Amor porque en- tonces estaba vinculado a su parroquia. La segunda de las marchas de Gámez Laserna para la Buena Muerte se escribió en 1951, pero no se estrenó has- ta 1958, como apunta José Amador Morales Sillero. Su ca- rácter creativo no admitía etiquetas y brindó ‘Salve Regi- na Martyrum’, que había nacido como pieza coral, pero que llenó de riqueza y que admiró a sus contemporáneos

Pedro Gámez Laserna estaba en la ciudad desde 1923, pero fue tras formarse en Madrid cuando alumbró sus mejores obras, con ‘Saeta cordobesa’ a la cabeza La llegada de Dámaso Torres a la Banda Municipal marcó una época; allí era percusionista Enrique Báez y poco después apareció Luis Bedmar

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LAS NOTAS DEL TESORO

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