Pasion en Sevilla 151 diciembre 2024
Lo extraordinariamente ordinario
podemos tenerlo todo y en todo momento, pudiéramos vivirlo todo también, despegando nuestra espera de lo temporal y lo espacial. La proliferación de lo ‘extraordinariamente ordina rio’ permite poder asistir, en tiempos y lugares distin tos, a manifestaciones de piedad que en su esencia es tán ligadas intrínsecamente a un tiempo litúrgico y a un lugar concreto. Eliminamos los elementos de espe ra y de renuncia a lo nuestro. Posibilitamos un sinfín de posibilidades, que multiplican aquello que de por sí está llamado a ser único. Aunque no es malo presenciar una vez en la vida uno de estos acontecimientos extraordinarios, no es bueno perder el ritmo de la espera e insertarnos, sin darnos cuen ta, en una espiral cuasi comercial de la búsqueda de la continua novedad que elimina la monotonía de la rutina. Ante esta realidad cabría preguntarse qué buscamos con esta ‘peregrinación’ en busca de procesiones y ritos de piedad popular, así como qué frutos está dejando esta dinámica en nuestra alma. Cuestionémonos si lo hace mos buscando el encuentro con Dios en estas potentes mediaciones, o si tratamos de llenar el aparente vacío o la monotonía de la vida cotidiana. Si anhelamos co nocer internamente a Cristo a través de sus misterios, o por la intercesión de su Madre y de los santos, o, por el contrario, pretendemos coleccionar experiencias. Pese a que Dios puede sacar bienes de todo, lo cierto es que unas búsquedas producen un aumento de fe, esperan za y caridad que inflama nuestra vida cristiana, mien tras las otras tienden a encerrarnos en nosotros mis mos, provocando la ansiedad por ver, conocer y sentir más, desde una superficialidad que no traspasa ni trans forma el corazón. La vida cristiana está llamada a ser contracultural, si guiendo el mandato del Señor de estar en el mundo sin ser del mundo. Por ello me pregunto si no habrá llegado el momento de volver a dar importancia a esa espera que prepara y dispone el alma para lo extraordinario, en lu gar de dejar que la inmediatez y el exceso en que vivimos acaben robándonos aquello que anhelamos.
POR DANIEL CUESTA GÓMEZ SJ
V ivimos en unos tiempos marcados por la inme diatez. Hemos caído en la trampa de pensar no sólo que todo es posible, sino de asumir que todo tiene que ser rápido. Las compras por in ternet son lo más paradigmático de todo ello. Hoy, el mundo digital nos permite encontrar aquello que necesitamos (además de muchas cosas superfluas), y nos las hace llegar casi de inmediato. Si observamos con una mirada atenta, probablemen te nos demos cuenta de que este modo de vivir ha im pregnado y corre el peligro de enraizarse en el mundo de la religión en general y de la religiosidad popular en particular. Algo especialmente paradójico, puesto que, como sabemos, estas realidades se basan precisamen te en la fe y la esperanza. Virtudes que calman las an sias de las personas, encaminándolas a vivir no tanto desde el ritmo frenético de la tierra, cuanto desde aquel de las realidades del Cielo. En la entraña de la religión cristiana está la pedagogía de la espera, la de la pacien cia y de la fe que calman al creyente introduciéndolo en la vida del Espíritu. La religiosidad popular comparte esos tiempos de es pera que marcan el ritmo del actuar de Dios. El devoto espera que llegue el momento en el que su imagen des cienda para ser venerada en sus cultos y acompañada posteriormente en procesión. Un cofrade asume que probablemente no podrá conocer tal o cual procesión de otra ciudad (al menos sin el esfuerzo de perderse la suya propia). Un seguidor de Cristo comprende que la lluvia u otros contratiempos alarguen el tiempo de es pera. Pero, no por ello siente que Dios se aleje de la rea lidad de su vida. Sin embargo, en los últimos tiempos, siento que es tamos asistiendo a un cambio profundo en la entraña de esta sabiduría. Puesto que pareciera que, al igual que
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MAGNA HISPALENSE
PASIÓN EN SEVILLA
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