Pasión en Sevilla Cuaresma 2023

RECHI

supo hacerse el costal. Pero dejó una huella costalera inolvidable cada vez que entraban los pasos en la Uni- versidad tras hacer la estación de penitencia. Entonces alguien levantaba el faldón y Montoya cantaba una sae- ta, inspirada días antes de la salida y escrita por él mis- mo, que multiplicó entre los sevillanos la empatía por la iniciativa de la hermandad de los intelectuales. Su saeta no fue como aquella de Manolo Mairena en la pla- za de la Contratación, embotellada de un silencioso fer- vor, viendo pasar al Cristo de la Buena Muerte reflejado en las paredes del caserío. Pero le metía tanto corazón que los repelucos te electrizaban la espalda. De aquella cuadrilla primigenia salieron hermanos mayores, pre- goneros y gente para el Consejo. Fue un vivero imputa- ble a Salvador Dorado y al hermanomayor, RicardoMena Bernal, que se la jugó cuando Moscoti le comunicó la posibilidad de pasar de profesionales del costal a her- manos. Y todo salió a pedir de boca. Montoya apura un catavino lleno de sol de Sanlúcar y antes de despedir- me me dice, vacilándome como solo lo hacen en el Pu- marejo, que no le importaría, a sus ochenta, dar una chi- cotá con dos pares de alpargatillas… Adidas.

lla voz cazallera: «Moscoti, que voy a llamar…». Una vez Moscoti se retrasó para un ensayo. Y Salvador insistió en que se le llamara por teléfono y si nadie tenía su nú- mero que buscaran Moscoti en la guía de la Telefónica. Moscoti. No Amoscótegui. Genio y figura. Montoya fue el más veterano de aquella cuadrilla fun- dacional. Iba con unas Adidas en los pies que Salvador recomendaba a los niños diciéndoles: «Comprarse unas alpargatillas como las de Montoya». Las alpargatillas la tenían en España tres o cuatro atletas más, porque tal género se encontraba en Europa, no en las tiendas de deportes de aquella España de hace cincuenta años. Con ellas le daba paso el Monti a ese Cristo de la Buena Muer- te que cada vez que lo levantaban delante del palquillo de la Campana la gente no lo notaba y se preguntaban extrañados: «¿Por qué no lo levantan? Y claro que lo es- taban levantando, con tanta calidad en el pulso que no se notaba. Era el primer año. El mismo que cuando sa- lieron de la Universidad, los profesionales que llevaba la hermandad por si se arringaba el paso, le dijeron con guasa a los chavales: «Illo, que os esperamos ahí en la Puerta Jerez, para haceros el relevo…». Montoya nunca

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EL CACHORRO NUNCA MUERE

PASIÓN EN SEVILLA

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