Pasion en Sevilla 151 diciembre 2024

¡Ave Cachorro!

POR EDUARDO BARBA

L Levan meses contándolo. Lo anuncian como si fuera algo nuevo. Con pompa y alharaca. Dicen que el Señor irá a Roma en mayo por el Jubileo de las Cofradías. Falso. Otro bulo. Ni se va ni se ha ido jamás. Él está siempre en Roma. Sufre, agoniza, reina desde el centro mismo del Imperio. Sevilla es Roma y Roma, Sevilla. Julia Rómula y Remo a los pechos de la misma loba. Pobre el que aún no se haya percatado de que el Patrocinio domina el otro lado del Tíber, del Be tis, que es lo mismo, y de que desde ese extremo occi dental de la urbe se divisan perfectamente las siete co linas. Todos saben que el Capitolio está justo en el Alto zano, el Esquilino en la Campana y el Aventino subiendo la Cuesta del Bacalao. De la espalda de la misma basíli ca chapinera parte la Ruta de la Plata, calzada romana que transporta a la Itálica del emperador Trajano, con estatua en Santiponce y calle paralela a Amor de Dios, y de su sobrino y sucesor Adriano, el amante de la filo sofía que descansa en el Castillo de Sant’Angelo, en ple no Paseo de la O, a la vera del puente. Sí, ahí. En el mis mo arrabal en el que un siglo después detuvieron a dos alfareras cristianas clandestinas, Justa y Rufina, con las que en realidad nunca pudo ningún césar porque am bas ya sabían que la verdad flotaba en el aire que se cue la por los respiraderos de Guzmán Bejarano. Que es el mismo que exhala el Padre por el hueco gubiado de su boca. La Bocca de la Veritá de Ruiz Gijón. En la vieja ciudad se mantiene firme el Coliseo, en la Avenida, apenas a unos metros de la Fuente de Híspa lis de Delgado Brackenbury y en cuyo salón de honor lucen aún las pinturas murales sobre zócalos verdes de piedra italiana, por supuesto. Tan sólido como las co lumnas de Mármoles y las dos de la Alameda desde las

que Hércules y Julio César charlan con el Conde de Ba rajas. O como el portentoso Panteón, en un rincón de San Lorenzo. Intramuros presume de belleza Santa Ma ría la Blanca, donde también cayó una nevada, en el 54, como en Santa María la Mayor cuando el patricio Juan soñó con su amada y se lo confesó al Papa Liberio. Y alardea el Palacio de la Condesa de Lebrija de Los Amo res de Júpiter convertidos en mosaico donde la calle Cuna habla latín de la misma manera que lo hacen las teselas simétricas de la época de Tiberio bajo el suelo de la Encarnación. En cada calle, en cada templo, en cada adoquín posa su suela quien se vanagloria de vivir y re zar en el mismísimo eje del universo mientras se juega a los dados los ropajes de su fe. Por el cardo deambula Longinos buscando la Alfalfa e intentando olvidar una lanzada. Por la vía decumana, desde la Puerta de Car mona y sus termas hasta el foro, desfila la Centuria con viento macareno de corneta. En pleno Trastévere, a lo mos de Calamar, Quinto Cornelio apunta con su dedo el trayecto hacia el Calvario al nazareno que en realidad nunca se cae. De la misma manera que el Cristo de la Expiración nunca muere en la ciudad eterna. Que es la suya. Hasta en el mismo corazón de cada hermano, bor dado en la túnica, está inserto el escudo papal. De San Pedro a la Plaza de España. Del dios Baco a los salazones de Trifón. Del Pópolo del Triunfo al Pos tigo de Constantino. En el Campo Di Fiori de la Magda lena, en los Tejares de Navona y en el Zurraque Máximo. En el Ara Pacis del retablo mayor de Dancart y en la vía Condotti al revirar hacia el Baratillo. Allá por donde deja su rastro de amor la Sangre de Jesucristo de la Vía Apia a la calle Castilla. Hasta el final de ella. Hasta el último estertor. ¡Ave, Cachorro! ¡Salve, Triana!

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MAGNA HISPALENSE

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